viernes, 30 de diciembre de 2011

2012

Se acerca el final de 2011 y el balance ha sido muy positivo en cuanto al crecimiento de la comunidad de filólogos (e interesados en la filología) de la que formamos parte. La página de facebook donde empezó todo sigue sumando seguidores y muchos de ellos participan activamente con enlaces, comentarios y opiniones. Ocurre lo mismo con el perfil de facebook (del que os podéis hacer amigos) y la cuenta de twitter, que están conectados para intentar que no se nos escape nada que pueda resultar interesante. Y, por supuesto, estamos encantados con el seguimiento y las visitas que recibe este blog.

Mención aparte merece el foro, que sigue creciendo a buen ritmo y se ha convertido, gracias a vosotros, en un espacio para el diálogo filológico en todas sus vertientes. Ya hay más de 1.500 temas abiertos, más de 13.500 comentarios y más de 1.000 usuarios registrados. Desde el foro, además, ya hemos hecho varios sorteos de libros y hemos ido ofreciendo información de los nuevos proyectos que estamos preparando, con la ayuda de muchos de vosotros, de cara a 2012. Ya sabéis, si queréis registraros en el foro, es muy sencillo y no os llevará más de un minuto: regístrate en el foro. Os animamos a participar.

Dentro de estos nuevos proyectos para 2012 está el de la nueva revista de filología, Esdrújula. Si todo marcha bien, el primer número se publicará en enero. Será en formato digital y se podrá consultar a través de la nueva web que estamos preparando, el otro gran proyecto en el que estamos trabajando de cara a 2012. Nuestra intención es poder integrar en esta nueva web todas las redes sociales, el foro, la revista, noticias, entrevistas, etc. Por supuesto, y como en el resto de proyectos, nos gustaría poder contar con vuestra colaboración. Se trata, por supuesto, de un proyecto abierto a la colaboración de todo el que esté interesado. Esperamos poder informaros de más novedades en breve.

De momento, nuestro mejor deseo para estos días y una feliz entrada en 2012.

martes, 27 de diciembre de 2011

Historias interminables

Tengo un sobrino de 12 años. El otro día fue su cumpleaños y mi regalo fue una tarde de librerías. Lo que seguramente hubiese horrorizado a otros chicos de su edad, a él pareció encantarle. Le gustan los libros, las librerías y las bibliotecas, así que pensé que no sería mala cosa pasar la tarde con él comprando libros, sobre todo después de haberle dicho que le regalaría los cinco libros que él quisiera. Él siempre me pide consejo y yo, claro, intento tener gustos compartidos con él, aunque es verdad que le di toda la libertad del mundo.

Después de tres horas de paseo por distintas librerías, el resultado fue el siguiente:

El señor de las moscas, Un mundo feliz, Fahrenheit 451, El Señor de los Anillos y una selección de obras de Verne en una edición bastante bonita.

Reconozco que casi le obligué a elegir el primero, pero fue bastante fácil convencerlo. En cuanto al resto, cada uno surgió de una manera distinta, pero volví a casa plenamente satisfecho con los libros que ya tiene en la estantería (no todos, claro, porque ya se ha puesto a leer alguno de ellos).

Eso sí; lo que más feliz me hizo fue lo que me dijo mientras nos tomábamos un chocolate caliente entre librería y librería: “Desde que me regalaste La historia interminable y la leí supe que eso sólo iba a ser el comienzo”. Si no fue con las mismas palabras, eso es lo que le dije, hace muchos años, a la persona que me lo regaló a mí, uno de mis primos mayores. Quizá sean las fechas, pero me emociona recordar cómo fui descubriendo todas las obras que me han marcado durante todos estos años. Muchas de ellas fueron un regalo. Muchas de ellas las he regalado yo después.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Letra de médico

Ocurrió hace unos días en una farmacia. Estaba esperando mi turno para pagar cuando el farmacéutico se colocó bien las gafas, cogió la receta que un señor le había dejado sobre el mostrador y la levantó hasta la altura de sus ojos. “No sé qué pone”, dijo, “parece… no, no puede ser. ¿Para qué se lo han recetado, señor?”. El hombre le respondió que para el lumbago. El farmacéutico miró en la pantalla del ordenador sin perder de vista la receta. Parecía comparar letras para ver si conseguía adivinar qué tenía que darle al cliente. Dudó durante un segundo, se rascó la cabeza, vovió a mirar la receta y regresó finalmente a la pantalla.

Al cabo de un momento pareció haber encontrado la respuesta, pero puso mala cara cuando se dio cuenta de que no era así. El señor de la receta, en ese momento, se puso a hablar con una señora que también esperaba ante el mostrador: “A los médicos no se les entiende nada. Ni cuando hablan. Menos cuando escriben; la típica letra de médico”.

Letra de médico… Recordé entonces la expresión, muchas veces repetida por mis padres y abuelos. Y, mientras estaba entretenido en estos pensamientos, el señor se marchaba ya de la farmacia con una bolsa y su medicamento dentro. El farmacéutico lo había conseguido una vez más. Su media sonrisa así parecía indicarlo, aunque quién sabe en qué estaría pensando. A lo mejor, en la receta electrónica.

martes, 13 de diciembre de 2011

Libros y maletas

Un buen amigo se marcha a trabajar a Chile. Se licenció en Filología hace ya años y ha estado trabajando como profesor de secundaria, haciendo sustituciones desde aquel entonces. Me explica que cada vez ve más difícil poder acceder a una plaza a través de las oposiciones y que está cansado de ir de aquí para allá, con alumnos distintos cada semana. Eso, me dice, las semanas que tiene trabajo. Se marcha a un colegio privado de Santiago, donde, por lo visto, le han puesto las cosas muy fáciles. Está muy ilusionado con la experiencia profesional, pero también personal.

Ayer hablé con él. Ha estado una semana en Santiago conociendo el centro y hablando con el director; se marcha definitivamente en enero. Tuve la oportunidad de escuchar atentamente sus explicaciones en primera persona y me alegro mucho por él. Sin embargo, no era mi intención hablar sobre la enseñanza, sino sobre el libro electrónico. Me doy cuenta ahora de que a menudo escribo preámbulos demasiado extensos para después acabar con otro tema, así que espero no aburrir demasiado.

La cuestión es que Miguel (llamémosle así) ha sido siempre un ferviente defensor del libro en papel y nunca ha querido probar un lector de libro electrónico. Sin embargo, se ha dado de bruces con algo que ni siquiera había pensado: no puede llevarse a Chile todos sus libros y allí el precio es sensiblemente más caro que en España (sobre todo por los impuestos). Ayer, cuando hablamos, me pidió consejo para comprarse un lector, pero no se lo pude ofrecer, ya que yo no tengo y no quería explicarle la experiencia de mis amigos que sí tienen. Hoy, hace cinco minutos, he recibido un correo electrónico suyo en el que me informa de que ya se ha comprado el lector, que además le viene cargado con cientos de lecturas clásicas. Está encantado.

A menudo, las circunstancias hacen que nos replanteemos nuestras convicciones, decisiones y opiniones. Soy consciente de que esta pequeña historia es una gota en el océano, pero no quería dejar de compartirla con vosotros.