Esta tarde, aunque podría ser otra cualquiera, estaba sentado junto a mi hermano en un vagón de tren de camino a casa. Es curioso, pero juraría que es la primera vez en mi vida que escribo la palabra "vagón". ¿Será posible? Bueno, no quiero liarme, que ése no es el tema. En uno de los asientos contiguos iba una señora leyendo un libro. Al sentarme intenté, como siempre hago (disimuladamente), ver de qué libro se trataba, pero lo llevaba forrado para que no se estropease (esto último lo supuse, claro).
A los pocos minutos, la señora comenzó a llorar. Primero despacio; me quedé parado viendo cómo derramaba su primera lágrima, que no se molestó en recoger. Luego, la segunda... Al poco, buscó un pañuelo en su bolsillo. Cuando empezó a sollozar pensé que la causa de su llanto estaba por fuerza más allá del libro, pero de repente lo cerró ruidosamente y suspiró. Se dio cuenta de que la estaba mirando y me dijo, casi a quemarropa:
-Disculpa, pero este libro es maravilloso.
No fui capaz de responder nada mientas la señora ya se bajaba en la siguiente estación. Cuando el tren se alejaba, todavía resonaban en mi cabeza sus sollozos. Y resonará durante mucho tiempo la duda de no saber qué libro leía.
1 comentario:
Bonito post.
Mejor no saber qué libro era.
Así cada uno, al leer tu post, podrá darle el título que quiera.
Martha A.
P.D.: Acabo de descubrir tu blog y me gusta mucho. Enhorabuena por él.
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