Estaba comprando fruta en el mercado. Unas naranjas, unos kiwis (palabra que cada frutero, por cierto, pronuncia de forma diferente) y un melón. Este último salió bastante bueno, tengo que decirlo. En eso estaba cuando me pareció ver un rostro conocido que me miraba, pero no supe, en el primer momento, identificar de dónde conocía a esa persona. Me costó un par de segundos, pero enseguida caí; era mi profesora de lengua del instituto, a la que hacía algunos (bastantes) años que no veía. Se acercó sonriendo y empezamos a hablar de los viejos tiempos en clase; de la lata que le daba, de aquellos exámenes decimonónicos, de algunos antiguos compañeros. En fin, de esas cosas.
Después de cinco minutos hablando, y cuando ya se marchaba, se giró de nuevo con su bolsa de verduras y me preguntó qué había estudiado finalmente en la universidad. “Filología”, le dije, y noté en su cara sorpresa, pero también satisfacción. Cuando ella asentía, justo antes de darse la vuelta de nuevo, me salió de forma espontánea una despedida que la hizo sonreír, esta vez de manera amplia. “Gracias”, le dije.
Ese “gracias”, en realidad, no era sólo para ella, sino para todos los profesores de secundaria que transmiten a sus alumnos su amor por las letras (o por la materia que impartan).
6 comentarios:
Yo he tenido situaciones similares, y he de decir que mi profesora antes de empezar me dijo que "era una carrera muy difícil para mí". Ni qué decir tiene que soy licenciada en Filología Hispánica y que, si todo va bien, en diciembre acabaré el máster en Estudios Hispánicos Avanzados, y me plantearé doctorarme.
También hubo gente que me apoyó mucho, y creyó mucho en mí.
Ahora, me he encontrado años después con esa profesora y me echó una mirada mezcla entre sorprendida y pagada de sí misma.
En mi caso hay dos profesores muy especiales. Fuencisla, que me enseñó historia y literatura en los últimos años de colegio, y que siempre me alentó en mi amor a las lenguas, la escritura y la lectura; y un profesor de universidad como hay muy pocos, y cuya ausencia me llevó a la lágrima cuando me enteré de su muerte, Jose Luis Palomares. Tuve el honor y la suerte de que un familiar leyera la entrada que le dediqué en mi blog, y pude también hacerle llegar una de las grabaciones de su clase que aún conservaba.
http://finduriel.blogspot.com/2009/01/para-uno-de-los-mejores.html
Fuencisla se pasó por casualidad por mi lugar de trabajo el otro día. Me dio clase cuando contaba 11, 12, 13 y 14 años. Tengo 30. Y se puso a llorar cuando le conté que me mudaba de ciudad.
Nunca, nunca me olvidaré de ellos, y espero que todos alguna vez os hayáis encontrado u os encontréis con profesionales de tamaño talento, dedicación y humanidad.
Los exámenes serían vigesímicos, no decimonónicos... No puedes ser tan viejo como para haber estado en el instituto en el siglo XIX. ¿O serían vigésimicos? Es que sobresdrújula se me hace tan difícil de pronunciar. Buena cuestión para los filólogos que van de necesarios, que parece que no, pero sí. Aunque yo soy más de Amanece que no es poco: solo el gran Blecua es necesario, los demás somos contingentes, que parece que sí y es que sí. Un saludo. ¡Excelente bitácora, compañeros!
Me encanta. Yo también he tenido experiencias parecidas. Son ánimos para aquellos que empiezan.
Yo tuve a los dos hermanos Blecua durante la carrera y me lo pasé en grande con ellos.
soy una de las dos filólogas que han salido de mi colegio en más de 10 años, así que cada vez que veo a mis profes de lengua o inglés se alegran tanto como yo. Gracias a todos los buenos profesores!
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