Ayer por la tarde fui al teatro. Un texto de uno de mis autores favoritos, una sala pequeña, buenas críticas, precio asequible... Pintaba bien, la verdad.
Una vez dentro observé que habría unas treinta butacas. Perdón, sillas. Y bastante incómodas. Cuando se apagaron las luces no había ni media entrada. Y nadie más entró. Una hora y media de teatro con los actores a medio metro de distancia. Pintaba bien, la verdad. Pero algo menos que unos minutos antes.
Poco a poco, la interpretación libre del texto original, un montaje extravagante y unos diálogos inconexos empiezan a crear algo de desazón entre el público. En la oscuridad puedo ver cómo se miran algunos espectadores, extrañados. Con lo bien que pintaba...
Al acabar la representación, y después del aplauso que sin duda merecieron los actores (me quito el sombrero), las caras de la veintena de personas que habían asistido a la sala lo decían todo. Yo, todavía sentado en mi silla, intentaba juntar algunos fragmentos, obviar otros, darle algún sentido a los de más allá... No había entendido la representación. Ni yo ni las diecinueve personas que allí estaban. Incluidos varios filólogos. Con lo bien que pintaba...
Luego, ya en la cena, seguía preguntándome cuál había sido el problema. Supongo que mío, si a tanta gente le había gustado previamente la obra. Será que soy muy clásico para el teatro, como dicen algunos compañeros de facultad...
Será, pero ¿habéis tenido alguna vez la misma sensación que yo tuve ayer?
6 comentarios:
No sólo con una obra de teatro, también me ha pasado con más de un libro.
Teatro moderno, literatura moderna, poesía moderna...
Parece que el signo de los tiempos es hacer las obras más extrañas, difíciles y enrevesadas posibles. E incluso hacer una obra sin sentido ninguno y venderla como si fuera algo interesante.
A mí también me ha pasado con alguna que otra película, por ejemplo con Beowulf, la Leyenda (1999). Después de haber estudiado el poema épico en clase, vi esta película con toda la ilusión del mundo y... menudo jarro de agua fría que me llevé por decirlo de alguna manera. Es una calamidad por decirlo suavemente.
Saludos
Yo también peco de antiguo para estas cosas... respeto las nuevas creaciones, pero me suele gustar entender lo que veo, y tal :P
Dos pestañas del Explorer abiertas. Dos blogs. Cada uno de ellos realiza un análisis de la misma obra de teatro. Sin duda, nadie lo diría. La unicidad del ser humano y sus gustos no dejan de maravillarme.
Ayer comenté con un amigo, actor, el nuevo edificio fálico de Barcelona. Colorido, interesante y con identidad me dijo. Me recomendó fervientemente una nueva obra de teatro. Me encantó. Se la recomendé a un amigo, arquitecto, de esos que critican con pasión (por desmedido, fuera de lugar y absurdo) el nuevo edificio fálico de Barcelona. Le encantó. En una cena con amigos, recomendamos la obra a un amigo, filólogo, de esos con los que puedes hablar de Rayuela y de Ulises. La encontró extravagante y con diálogos inconexos. Volviendo a casa con el arquitecto, comenté un diálogo de La Maga con Oliveira. Buff, ese libro para pseudointelectuales, me dijo. Mi amigo, el actor, ha llamado a su nuevo gato Rocamadour.
Ayer por la tarde fui al teatro. No conocía la obra, ni al autor, ni a los actores, solamente conocía al director, y ni siquiera estaba entre mis favoritos. No pintaba demasiado bien, la verdad. Pero quería ir e intentar mantener los ojos abiertos mientras soñaba, por ella y por su contribución al dinamismo.
Una sala magníficamente ambientada, una treintena de sillas y la proximidad del escenario. Pintaba mucho mejor que unos minutos antes! Empieza la función y en pocos minutos caigo inevitablemente en un profundo sueño. Y en otro, y en otro, con los ojos bien abiertos, maravillados, maravillosos. Una escenografía original y la simplicidad con la que se logra la dualidad en el escenario, la calidad de la interpretación, el amplio abanico de recursos y su combinación, la coordinación de los actores en diálogos y en movimientos, la combinación de voces y música (qué voces! y qué música!), la libertad en la interpretación del texto… No conocía la obra ni al autor, pero salí del teatro imaginando en qué soñaban sus autores favoritos. Qué mejor mérito para un director que ha pasado a estar entre mis favoritos?
Me encantó la sensación al acabar la representación, me emocionaron mis propios aplausos, y las sonrisas de mis compañeros de sillas. Incluso en la cena, persistía la sensación.
Será que soy muy aficionada al teatro, pero encuentro el nuevo edificio fálico de Barcelona extravagante y original.
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