Hace ya algunos años que salí de la facultad. Ayer tuve que volver por un asunto burocrático y, a primera vista, me pareció la misma de siempre. La misma cafetería, los mismos pasillos, el mismo personal en la ventanilla, el mismo edificio. Sin embargo, cuando llevaba allí cinco minutos, todo me pareció completamente distinto. Primero, algunos detalles; esa máquina de comida no estaba ahí, este ascensor es nuevo, la copistería está cerrada. Después, me di cuenta de que había un guardia de seguridad en la puerta, de que el quiosco donde compraba siempre el diario antes de entar a clase había desaparecido, de que en la sala de estudio los alumnos... ¡Estaban estudiando! Y, por un momento, no reconocí mi vieja facultad.
Y a cada paso que daba por aquellos pasillos mi impresión era diferente; ahora sí, ahora no. Hoy todavía no sé si mi facultad estaba igual o totalmente cambiada. Quizá os parezca una estupidez, pero soy incapaz de decidirme.
2 comentarios:
El edificio que alberga la facultad en la que estudié es una vieja fábrica dieciochesca, lo que dará una pista a más de uno. Pues bien, creo que no exagero mucho si digo que a finales del XX pocas reformas había tenido desde su construcción... Bueno, sí, un poquito sí que exagero; va con el carácter. Vuelvo por allí con cierta frecuencia, pero todavía hay algo que no deja de impactarme. Verás, cuando yo estudiaba había un ordenador en la biblioteca, de los de pantalla negra y letras amarillas. Ahora me sorprende ver a los estudiantes con sus portátiles y otros dispositivos. Oye, y de verdad, de verdad, que no hace tanto tiempo.
Quizás no sea ni una cosa ni la otra... digo, nunca se puede volver a ninguna parte, dicen
saludos
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