Cada noche, cuando por fin puedo dormir, tengo el mismo sueño. Hoy, por supuesto, no ha sido una excepción. Ojalá nunca hubiese visto cómo pasó todo, pero eso ya es imposible de arreglar. Y cada cabezada que doy se encarga de recordármelo. Lo revivo con claridad, como si de nuevo estuviese en aquel balcón que acabó desplomándose. Luego, caras que no conozco pasan por delante, serias, con algo que decir pero calladas. Busco un mensaje y no lo encuentro hasta el final, justo antes de abrir los ojos sin entender nada. RQ. Siempre esas dos letras, mayúsculas y juntas, casi tocándose. Tienen relieve y destacan en el centro de un conjunto de letras y números desordenados.
Me paso los primeros minutos después de despertar pensando en RQ hasta que me doy cuenta de que tengo que hacer algo, lo que sea, para ponerme en marcha de nuevo. Entonces mascullo entre dientes las dos letras, les doy la vuelta, las tarareo, las pronuncio por lo bajo en distintos idiomas. Nada, no encuentro nada.
Esta mañana, cuando por fin he vuelto al mundo real, mientras alimentaba con unos palos la hoguera improvisada de cada noche, se ha acercado Saúl, un niño de unos seis o siete años, con un muñeco que arrastraba por el suelo sucio de la estación. No me ha dicho nada; se ha quedado de pie, observando mi torpeza con el fuego, y luego ha estornudado antes de darse la vuelta y volver al rincón de donde había salido unos segundos antes. ¿Cómo es posible?, me digo una y otra vez. ¿Quién se ha inventado este absurdo? Sin embargo, por más que piense, por más que me pregunte, no tengo ninguna respuesta.
3 comentarios:
Fantástico...
Fantástico...
Queremos más...
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