Anoche estuve cenando con mis tíos y mis primos, a los que procuro visitar siempre que puedo. Recordando viejas historias, me vino a la cabeza una de cuando tenía unos cinco o seis años; una de mis tías fue a Berlín (todavía partido en dos) y me trajo una caja de chocolatinas rellenas de mermelada de distintos sabores. Para mí fue todo un acontecimiento. Puede que a los más jóvenes les pueda sorprender el regalo, pero en la España de aquel entonces la variedad y la “fantasía” en este tipo de productos no era, ni mucho menos, la que podemos disfrutar ahora.
Supongo que el chocolate me debió gustar, pero me recuerdo a mí mismo tratando de descifrar aquellas palabras escritas en alemán que había en el envoltorio. Varios lustros después, sigo siendo incapaz de saber qué ponía, pues no conozco más que alguna palabra suelta en alemán. Sin embargo, algunos de mis amigos sí que estarían en disposición de echarme una mano, ya que estudiaron alemán y unos pocos, además, lo hablan con gran fluidez. Excluyo de este párrafo a mis amigos alemanes, claro.
Cuando volvía a casa en coche, después de cenar, me paré a pensar en todos mis amigos o familiares que han ido aprendiendo distintos idiomas a lo largo de estos años. Y me sorprendió (gratamente, añado) el número y la variedad. La mayoría ha ido estudiando inglés durante su vida (aquí hago un inciso; pocos lo hablan de manera fluida, ¿por qué será?), pero luego conté, dentro de mi círculo más cercano: euskera, francés, alemán, italiano, portugués, ruso, farsi, mandarín, japonés, hebreo, árabe y sueco como idiomas aprendidos. Sólo unos pocos pisaron la facultad de letras, pero me consta que la mayoría disfrutaron de su aprendizaje y disfrutan ahora de la comunicación en otra lengua. Me gusta hablar con ellos sobre eso.
Hace tantos años, con mis chocolatinas mágicas en las manos, ni siquiera podía llegar a imaginar las ciudades que acabaría visitando, las lenguas que hablaría, las que escucharía con atención pese a no entender nada. Tampoco podía imaginar, hace tantos años, que estaría compartiendo, a través de una red, ésta y otras experiencias con personas con mis mismos intereses. A veces, si me paro a pensarlo por un momento, todavía me cuesta.
2 comentarios:
probando
Me has hecho recordar con tu entrada una experiencia parecida de cuando era pequeña: una vecina nos trajo de Suiza a mi hermano y a mí unas tabletas de chocolate con avellanas y nueces y una especie de maletín de plástico llena de cajitas de cartón con dibujos de Disney, cuyo contenido eran pildoritas de colores similares a los Lacasitos. Supongo que no habría mucha diferencia entre estos artículos y el producto nacional, pero lo cierto es que a nosotros nos parecían aún más ricos y el exotismo del embalaje así parecía corroborarlo. También yo de pequeña soñaba con ver el mundo, con vivir en todas las ciudades cuyo idioma no entendiera, y también acabé estudiando Filología. La visita a esas ciudades aún no ha llegado a producirse, pero supongo que algún día la emprenderé.
Gracias por traerme tan sabroso recuerdo.
Saludos.
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